Se llamaba Henrietta Lacks.

Se llamaba Henrietta Lacks.

En 1951, una mujer afroamericana entró al hospital Johns Hopkins con dolor y sangrado. Se llamaba Henrietta Lacks, era madre de cinco hijos y trabajaba recogiendo tabaco. Como muchas mujeres pobres en su tiempo, llegó tarde al diagnóstico. El cáncer de cuello uterino ya se había extendido.

Henrietta no sabía que aquel hospital —uno de los pocos que aceptaba pacientes negros— no solo atendería su cuerpo, sino que tomaría algo de ella sin permiso… algo que cambiaría la historia.

Durante su tratamiento, los médicos recolectaron muestras de su tumor. Nadie se lo explicó. Era una práctica común entre pacientes sin recursos. Pero lo que ocurrió en el laboratorio fue diferente a todo lo anterior: sus células no morían.

Mientras las células de otros pacientes se degradaban en horas, las de Henrietta se multiplicaban con una vitalidad asombrosa. Una y otra vez. Se duplicaban cada 24 horas. Una línea celular inmortal.

El mundo científico acababa de recibir un milagro.

Con esas células se pudo, por primera vez, probar vacunas, medicamentos, y teorías genéticas sin riesgo humano. Se usaron para crear la vacuna contra la polio, estudiar el cáncer, entender los virus, e incluso explorar los efectos de la gravedad en el espacio.

Todo comenzó con ella.
Una mujer sin acceso a la ciencia… que se convirtió en su base.

Henrietta murió semanas después del diagnóstico. Nunca supo que su cuerpo daría origen a las HeLa, la línea celular más importante en la historia de la medicina. Su familia solo se enteró 20 años más tarde, cuando científicos les revelaron que los genes de su madre estaban por todo el planeta.

Hoy, sus células siguen vivas en laboratorios de todo el mundo. Millones de vidas salvadas, y un nombre que por mucho tiempo fue borrado de la historia.

Pero ahora lo recordamos.

Henrietta Lacks no sobrevivió al cáncer.
Pero hizo posible que millones de otros sí lo hicieran.

About The Author

Cardenas al Dia

Deja una respuesta