La llamaban bruja. Le decían loca. Algunos la acusaban de ser perversa solo por amar a otra mujer.

La llamaban bruja. Le decían loca. Algunos la acusaban de ser perversa solo por amar a otra mujer.


Pero Alma Karlin ya no prestaba atención a los susurros. Ella había nacido al margen. Y desde ahí, decidió conquistar el mundo.

Nació en 1889 en Celje, cuando Eslovenia aún era parte del imperio austrohúngaro. Desde pequeña, la miraban como un error. Tenía malformaciones físicas, dificultades motoras y una mirada que nadie entendía.
La partera le dijo a su madre que no sobreviviría.
Sobrevivió. Y no solo eso: vivió más que muchos que se creían sanos.

Huérfana temprana, criada en un entorno asfixiante, Alma no aceptó la condena silenciosa que otros le impusieron. Estudió idiomas, 12 en total. Aprendió latín, esperanto, chino, además de francés, inglés, italiano. Y no por vanidad: para ella, el lenguaje era un pasaporte.

En 1919, con una maleta de cartón, una vieja máquina de escribir llamada Erika y un diccionario multilingüe creado por ella misma, Alma partió desde Génova a recorrer el mundo.
Durante ocho años, cruzó más de 60 países, desde Perú hasta Japón, desde la India hasta Nueva Zelanda. Sin dinero, sin respaldo, escribía artículos que enviaba a periódicos europeos. Era una antropóloga autodidacta, escritora, viajera y cronista de lo invisible.

El mundo, que una vez la rechazó, la escuchó.
Pero cada regreso fue un nuevo exilio.
Fue arrestada por los nazis por sospechas de apoyar a Tito. Más tarde, los partisanos de Tito la aislaron por “alemana peligrosa”.
Nunca fue suficiente para nadie… salvo para Thea.

Thea Schreiber Gamelin, pintora alemana, fue su compañera durante veinte años. Su refugio, su familia elegida. La única que la acompañó hasta el final.

Cuando Alma murió en 1950, en soledad casi absoluta, los objetos que coleccionó durante toda su vida —más de 850 piezas de culturas remotas— fueron considerados herramientas de brujería.
A los niños les decían: “Si te portas mal, Alma Karlin vendrá por ti.”
Una mujer que soñó con entender al mundo fue transformada en un espantajo.

Hoy, esa misma ciudad que la temía ha erigido una estatua en su honor.
Y su “Gabinete de Curiosidades”, antes motivo de escarnio, es una joya del Museo Regional de Celje.

Alma fue muchas cosas: políglota, escritora, viajera solitaria, mujer libre, diferente.
Pero sobre todo, fue valiente en un mundo que exigía sumisión.
Y en un tiempo que la llamó monstruo, ella eligió seguir caminando.

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Cardenas al Dia

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